Como en toda elección, los ganadores dicen que alcanzaron el favor de la gente gracias a que supieron comunicar su programa y que la gente entendió lo que se les proponía. Que su propuesta era la mejor, y que el electorado sabe elegir.
Los que pierden, jamás lo hacen porque no eran buenos candidatos, porque sus ideas eran malas o por que a la gente no les gustaban.
Los primeros afirman no haber comprado la voluntad de los electores, que los bolsones de comida, los electrodomésticos o los planes sociales no son para comprar votos.
Para los segundos todo acto de gobierno conlleva una actitud típicamente clientelística; para estos si se asfalta una calle, si se remodela una plaza, si se continúa con el mismo programa social desde hace cuatro años todo esto es con el fin de mantener el voto cautivo de los “clientes”.
Ni muy muy ni tan tan. No todo acto de gobierno es prebendario ni toda actitud de la oposición es pura, clara y cristalina.
Los casos donde el “aparato estatal” al servicio del clientelismo político es derrotado son muchos, el caso más resonante del último año pudo ser el de la provincia de Misiones en su elección para la constituyente, donde los medios nacionales (que todo lo ven con los ojos de Buenos Aires –tema para otro momento-) alababan al pueblo misionero “por no dejarse comprar por el gobernador ni por el gobierno nacional y demostrar su alta cultura cívica”, demostrando un total desconocimiento de la realidad provincial. Este es el mismo pueblo altamente civilizado con una conducta cívica intachable que se convirtió de la noche a la mañana en un pueblo bananero por elegir al candidato del oficialismo como gobernador.
Si me eligen a mi saben votar sino son unos pelotudos. Estas palabras pudieron ser utilizadas tanto por Alberto Fernández como por Elisa Carrió. El primero al referirse a los porteños que eligieron a Carrio por sobre Cristina como una isla; la segunda al referirse al resto del país que no la voto a ella como una población perteneciente a una “republica bananera” a la que compran fácilmente.
A Fernández le diría que para ganar una elección en la Capital Federal no basta con tener el poder de la billetera del ejecutivo. Y a Carrió que no se ganan las elecciones nacionales yendo al programa de Luis Majul. Cuando se es oposición hay que caminar el país, no solo sus restaurantes y conocer cada pueblo, cada paraje no el menú de los restaurantes. Hay que poner fiscales en cada escuela, en cada lugar de votación. Hay que tener quien defienda la boleta en cada pueblo, por más pequeño que sea, que no es suficiente con fiscalizar capital, Rosario y Córdoba. Que si no se puede defender la boleta durante 10 horas menos se puede defender un gobierno.
Los que pierden, jamás lo hacen porque no eran buenos candidatos, porque sus ideas eran malas o por que a la gente no les gustaban.
Los primeros afirman no haber comprado la voluntad de los electores, que los bolsones de comida, los electrodomésticos o los planes sociales no son para comprar votos.
Para los segundos todo acto de gobierno conlleva una actitud típicamente clientelística; para estos si se asfalta una calle, si se remodela una plaza, si se continúa con el mismo programa social desde hace cuatro años todo esto es con el fin de mantener el voto cautivo de los “clientes”.
Ni muy muy ni tan tan. No todo acto de gobierno es prebendario ni toda actitud de la oposición es pura, clara y cristalina.
Los casos donde el “aparato estatal” al servicio del clientelismo político es derrotado son muchos, el caso más resonante del último año pudo ser el de la provincia de Misiones en su elección para la constituyente, donde los medios nacionales (que todo lo ven con los ojos de Buenos Aires –tema para otro momento-) alababan al pueblo misionero “por no dejarse comprar por el gobernador ni por el gobierno nacional y demostrar su alta cultura cívica”, demostrando un total desconocimiento de la realidad provincial. Este es el mismo pueblo altamente civilizado con una conducta cívica intachable que se convirtió de la noche a la mañana en un pueblo bananero por elegir al candidato del oficialismo como gobernador.
Si me eligen a mi saben votar sino son unos pelotudos. Estas palabras pudieron ser utilizadas tanto por Alberto Fernández como por Elisa Carrió. El primero al referirse a los porteños que eligieron a Carrio por sobre Cristina como una isla; la segunda al referirse al resto del país que no la voto a ella como una población perteneciente a una “republica bananera” a la que compran fácilmente.
A Fernández le diría que para ganar una elección en la Capital Federal no basta con tener el poder de la billetera del ejecutivo. Y a Carrió que no se ganan las elecciones nacionales yendo al programa de Luis Majul. Cuando se es oposición hay que caminar el país, no solo sus restaurantes y conocer cada pueblo, cada paraje no el menú de los restaurantes. Hay que poner fiscales en cada escuela, en cada lugar de votación. Hay que tener quien defienda la boleta en cada pueblo, por más pequeño que sea, que no es suficiente con fiscalizar capital, Rosario y Córdoba. Que si no se puede defender la boleta durante 10 horas menos se puede defender un gobierno.
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